viernes, 4 de mayo de 2012

NOVELA - EL MILAGRO DE PUERTO COLOMBIA 10 ENTREGA





Samuel, dado lo imprevisto del viaje, tuvo muchas dificultades para encontrar pasaje en un buque que zarpase de inmediato desde Vigo para Sudamérica. Aún así pudo llegar a Puerto Colombia el 16 de febrero y acercarse al Ayuntamiento donde Lucio Quintana, el Alcalde, le puso al corriente de los actos programados a los que también asistiría el Gobernador Inocencio Chávez. La misa y resto de actos con participación de la ciudadanía tendrían lugar en la mañana y por la tarde, autoridades y el resto de responsables en el proyecto del Santuario, se reunirían en las dependencias municipales para examinar los avances del mismo.
La comida, que precedió a la reunión fue, como siempre, excelente. Los comensales dieron buena cuenta de los manjares que les eran servidos mientras platicaban con ánimo distendido.
Samuel tenía a su lado a Santiago, al que hacía algún tiempo que no visitaba en el balneario de Sabanilla y con el que le agradaba conversar. El porteño había visitado España en varias ocasiones; por eso, la Madre Patria, como acostumbraba a llamarla, solía ser el tema central de la conversación y eso agradaba a los dos amigos que ansiaban regresar a ella, aunque cada uno por un motivo distinto.
Santiago veía en el viejo continente unas posibilidades de progreso que tenía limitadas en su país y pensaba que, llegado el momento, Samuel podría serle de utilidad. Para éste último, algo cansado de su estancia en Colombia, la añoranza era una pesada carga. Su reciente viaje supuso un reencuentro con su mundo de siempre, con costumbres largo tiempo aparcadas y sobre todo con Isabel, aquella hermosa toledana a la que cada día que pasaba recordaba con más vehemencia.

Inocencio Chávez saludó a todos los presentes y pidió a Samuel que, como máximo responsable de las obras, informase de la marcha de las mismas y del plazo previsto para finalizarlas. El arquitecto le respondió que lo más difícil estaba hecho pero aún así, si no surgía ningún problema que las demorase,  no estarían listas antes de dos años. Esta respuesta pareció contrariar al político quien exigió, a todos, el máximo empeño en que el plazo se cumpliese y sobre todo que el presupuesto se mantuviese en las cantidades previstas, aunque fuese necesario prescindir de algunos detalles. Pidió a Obispo y Alcalde que se implicasen en mayor medida en los gastos, ya que su Administración estaba embarcada en otro ambicioso plan al que el Gobierno Nacional daba prioridad absoluta. Todos los asistentes quedaron perplejos cuando el Gobernador les explicó que esos planes incluían, como objetivo principal, la ampliación y modernización del puerto de la cercana Barranquilla.
Como era costumbre, ninguno de los presentes osó contravenir a Inocencio Chávez y ni mucho menos manifestar lo incongruente de aquel proyecto que, sin ninguna duda, tendría consecuencias negativas para Puerto Colombia, pudiendo acabar con la hegemonía de su puerto sobre el  tráfico marítimo de la zona.

16 de julio, en el Santuario Mariano de la Virgen del Carmen no cabe un alma más. En la Plaza, una marea de fieles espera ansiosa a que la misa solemne termine y la Patrona salga del interior del templo para vitorearla y acompañarla hasta su antigua capilla.
Es la primera celebración de las fiestas patronales desde que la Virgen ocupó su santuario. Hasta entonces la fiesta y adoración de la imagen se había realizado en la capilla del Monte Carmelo.
En todo aquel tiempo los porteños  habían establecido la costumbre de  llevarse la comida y pasar un día en el campo.  Después de la misa, en toda la montaña, la música y el baile tomaban el protagonismo. Como es habitual en esos festejos la chicha, el ron y el aguardiente, corrían de  forma generosa, dando lugar a algunos altercados que la policía, siempre pendiente, sofocaba con rapidez.
La Virgen pasará tres días en la gruta, acompañada de la réplica que el Obispo Orestes había hecho traer desde Envigado, siendo llevada de nuevo a la ciudad en el cierre de las fiestas patronales.

Dicen que según te mire la Virgen, así te irán las cosas. Me llamo Yanira y hace ya muchos años que su mirada y la mía se cruzaron. Yo era, aún, una joven llena de ilusiones que reclamaba a la vida que todas se cumpliesen. Me pareció entonces que sus ojos me devolvían una mirada que yo veía cada mañana en el espejo. Samuel me lo recordaba a menudo:
 – Tiene los ojos hermosos como los tuyos, mirada profunda, llena de misterio y melancolía. Como tú, tiene una mirada cálida que reconforta e invita a soñar.
De alguna manera aquella imagen cautivó a los porteños invitándoles a un maravilloso sueño lleno de prosperidad. La aparición de la misma coincidió con el despegue económico de la ciudad y años de bonanza para sus habitantes. El fervor que los porteños sentimos por nuestra patrona no ha desaparecido ni aun cuando el castillo de naipes, que supuso la ampliación del puerto con el nuevo muelle, se vino abajo.
Mi vida puede decirse que ha ido paralela al devenir de Puerto Colombia. Cuando conocí a Samuel, él llenó por completo mis días y mis noches. No quise escuchar los consejos de mi padre y me entregué a aquella aventura sin reservas. Fui muy feliz, tuve toda la felicidad que puede dar la unión entre un hombre y una mujer. De esa unión nació lo mejor y más importante que me ha dado la vida, mi hijo Ramiro. No importa que, como pude comprobar más tarde, ese hijo fuese deseado tan solo por mí y que el hombre que lo engendró nos olvidase pronto a los dos.

Samuel no fue el mismo después de su viaje a España. Apenas habló de su familia y mucho menos (él, que la recordaba constantemente) de su ciudad, Toledo. Se limitó a decir que todo estaba bien y que tanto su empresa, como ahora el Gobernador, le exigían celeridad en su trabajo porque habían otros proyectos que esperaban con urgencia.
A partir de entonces pasaba más horas en el trabajo y cuando estaba en casa se entregaba a la lectura y andaba siempre ensimismado. Aquella pasión que antes nos devoraba a los dos, aquel deseo de estar siempre juntos, abrazados o haciendo el amor, se iba amortiguando, en él, al mismo tiempo que mi cuerpo cambiaba y engordaba con el embarazo. Yo lo atribuía a mi estado pero intuía que los motivos en el cambio de actitud de Samuel eran otros.